El Popol Wuj es el libro que contiene la mitología y la historia del pueblo maya k’iche’, hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI, cuando se cuenta la ejecución de los Señores principales Oxib Kej y Belejeb Tz’i’. Este libro fue transcrito en caracteres latinos, según Adrián Recinos, entre los años 1554-58.
El antecedente de este manuscrito sólo pudo ser un texto jeroglífico que la segunda generación de los Señores llegó a adquirir a «la orilla del mar», es decir Chichen Itza, donde el Señor Nakxit les otorgó toda la parafernalia del poder, incluida «la escritura de Tulan».
Seguramente no era el texto completo del Popol Wuj, porque la parte histórica todavía estaba ocurriendo, pero si la parte mitológica que para esa época ya existía o estaba siendo dibujada en vasos y otros artefactos como algunos pasajes que se encuentran escritos en aquel libro. Uno de los ejemplos es el ataque en contra de Wuqub Kak’ix, quien es derribado del árbol de nance o «árbol del mundo» en otra versión pintada en un vaso del período clásico.
La versión original del Popol Wuj debió de tener una forma como los libros «antiguos», es decir, jeroglífica o pictográfica, y esto lo reconocen los traductores y estudiosos de dicho manuscrito. Recinos menciona, entre otros autores, a Francisco Ximénez y a Brasseur de Bourbourg. Aquí habría que agregar al mismo Recinos, a Girard, Edmonson, Carmack, Tedlock, Colop, etcétera.
También se llama a la deidad del amanecer, Wuch’, para que tiznara el horizonte y cuatro veces lo hizo para dar tiempo a la reconstrucción de la cabeza de Junajpu. Este «tiznador» del Cielo, a quien se le puede ver antes de daca amanecer, conforme al Códice de Dresde, lleva en sus espaldas a uno de los cuatro cargadores del tiempo, que asociado al Mito del Winal del Chilam Balam de Chumayel, coincide con las cuatro mujeres «madres» que crearon el tiempo.
Lo más revelador es cuando los Señores prodigiosos Q’ukumatz y K’otuja, así como los Señores portentosos, K’ikab y Kawisimaj:
Ellos sabían si había que hacer guerra,
todo estaba claro para ellos.
Podían ver si habría mortandad
si habría hambre,
si habría mortandad
si habría que pelear.
Lo sabían muy bien,
porque tenían donde verlo,
había un libro,
Popol Wuj llamado por ellos.
[pp 190]
Este texto fue transcrito a los símbolos latinos por quienes ocultaron su identidad en las primeras páginas y con un dejo de tristeza dicen que el texto no se puede ver y que lo escriben en medio de la cristiandad. Esto ha sido tomado por otros como muestra de influencia cristiana*, cuando lo que están diciendo estos autores es que entre la adversidad de la persecución cristiana, tuvieron el valor de transcribir aquel documento y en la parte final del texto se identifican como «madres de la palabra», «padres de la palabra» y luego se va identificando cada quien como:
gran maestro de la palabra ante los Kaweq [era el primero],
[gran maestro de la palabra] ante los Nija’ib era el segundo,
gran maestro de la palabra era el tercer Señor ante los Ajaw K’iche’.
Eran, pues, tres los maestros de la palabra,
cada uno representando un linaje.
[pp 199]
Sin esos autores, el Popol Wuj probablemente habría quedado como texto jeroglífico que en el mejor de los casos, se estaría descifrando; si no es que hubiera terminado en la hoguera de la inquisición.
Pero ¿qué pasó con la versión de los autores k’iche’ de 1554-58? Se ha dicho que probablemente Ximénez se la devolvió a las autoridades cívico-religiosas de Chichicastenango y que ellos la guardan celosamente. Si esto fuese así, me parecería que alrededor de de 450 años después, con las condiciones climáticas locales, no se encontraría en buen estado, considerando que el Título K’oyoi que está resguardado de esos cambios, e incluso el manuscrito de Ximénez escrito 150 años después, tienen marcas del paso del tiempo. El Título K’oyoi tiene orillas y partes internas desaparecidas.
Es repetitivo contar la historia del manuscrito de Ximénez, de cómo pasó de la orden de los dominicos a la biblioteca de la Universidad de San Carlos de Guatemala —esto puede leerse en cualquier versión—; baste decir que Brasseur de Bourbourg se lo apropió de aquella biblioteca en 1855.
Mas no hay mal que por bien no venga: porque si no se lo hubiera llevado a Europa, aquel manuscrito habría terminado en alguna biblioteca particular. Lo mismo puede decirse de otros manuscritos que se encuentran en bibliotecas extranjeras, como el Memorial de Sololá, Título K’oyoi, el Título Real de Don Francisco Izquin Nejaib, etcétera. Mariano Gálvez incluso donó obras de la misma naturaleza a la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia. En el caso del Popol Wuj, el manuscrito fue devuelto a este continente en 1911, a la Biblioteca Newberry de Chicago, Illinois
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